Düsseldorf, Alemania. En el mes de octubre de 1853, Johannes Brahms llega a la ciudad renana para encontrarse por primera vez con Robert Schumann y Clara Wieck en su casa de la Bilkenstrasse. El profesor Hugh Macdonald narra aquella visita memorable en su libro Música en 1853: «Schumann lo invitó a pasar y, tras una breve presentación, Brahms se sentó al piano y empezó a tocar su Sonata en do, op. 1. Todavía no había tocado demasiado cuando Schumann lo interrumpió y le dijo: ‘Discúlpeme un momento. Tengo que ir a avisar a mi mujer’. Clara se les unió. Brahms tocó un poco más y luego se marchó. Más adelante, Marie [hija de los Schumann] escribiría lo siguiente: ‘Nunca olvidaré aquella comida, con mis padres emocionados y profundamente conmovidos, hablando una y otra vez sobre la visita que habían recibido aquella mañana’. Bastó ese primer encuentro para que Schumann escribiera la palabra ‘genio’ en su diario.» (pp. 232-233).
En plena pugna por impulsar el arte musical a nuevos ámbitos y esferas, aquel encuentro indujo a Schumann a escribir un artículo sobre Brahms en la revista Neue Zeitschrift für Musik. Se titulaba ‘Neue Bahnen’, y en él afirmaba que de la personalidad de Brahms emanaban «todos aquellos signos que esperábamos: ¡un elegido!» Schumann alababa su «modo de tocar absolutamente genial, que transforma el piano en una orquesta de voces ora lastimeras, ora jubilosas».
Durante su estancia en Düsseldorf, Brahms terminaría de componer su tercera sonata para piano, op. 5, la pieza con la que demostraría un talento asombroso y que le valdría una fama cada vez más acentuada. Se trata de una obra colosal en cinco movimientos en la que, aunque la influencia temática de Schumann es perceptible, nadie duda que la música despliega toda una gama de motivos melódicos y genialidad que anticipa lo que el compositor llegará a ser con los años.
La Sonata nº 3 en fa menor es un punto culminante en la producción musical del músico hamburgués. Y eso que sólo cuenta con veinte años. Brahms no compondrá más ninguna sonata para piano. Con esta, considerada por muchos una obra maestra de la literatura pianística del siglo XIX, inicia su andadura por el mundo catapultado por la inestimable ayuda de los Schumann.
El primer movimiento, allegro maestoso, se inicia con una energía apabullante que recuerda en varios aspectos el virtuosismo de las obras de Liszt. El segundo movimiento, andante espressivo, constituye sin duda una de las páginas más bellas del romanticismo decimonónico. Brahms indicó en la propia partitura cuatro versos del poeta Sternau que dan una idea clara de lo que quería manifestar el compositor:
Der Abend dämmert, das Mondlicht scheint
Da sind zwe Herzen in Liebe vereint
Und halten sich selig umfangen.
[El crepúsculo avanza, el plenilunio resplandece,
El cielo se funde con la tierra y la tierra
Lo estrecha en benéfico abrazo].
El tercer movimiento, scherzo, un vals macabro que rompe con la delicadeza de las páginas anteriores, precipita la obra hacia un final que sólo es interrumpido por el intermezzo que sirve de contrapunto al andante. Este cuarto movimiento puede comprenderse como un reminiscencia de de los temas anteriores. Finalmente, el allegro moderato que cierra la obra nos conduce a una fastuosa plenitud donde Brahms arrolla con todo su virtuosismo.
La Sonata nº 3 ha sido interpretada por una amplia variedad de virtuosos. En esta ocasión, vamos a señalar tres pianistas que, a nuestro juicio, dibujan una pieza sensacional, de carácter puramente brahmsiano:
· Julius Katchen, a quien debemos la conocida integral de sus piezas para piano más alabada hasta la fecha. Una referencia indudable.
· Radu Lupu. Probablemente el intérprete más emotivo. Decca editó una grabación en las que el pianista muestra lo mejor de su arte y una interpretación sublime y melancólica de la sonata.
· Grigory Sokolov, de fuerza arrebatadora, particularmente en el último movimiento. Sokolov nos brinda una sonata que es en un auténtico deleite para los oídos.